martes, 23 de diciembre de 2008

Una suerte de premio para los jubilados

Con estas palabras había anunciado la presidenta los doscientos pesos de regalo para los jubilados:

"Quiero anunciar como una especie de reconocimiento, una suerte de premio para estos hombres y mujeres que tanto hicieron por este país, para este fin de año una suma fija de $ 200 por única vez para todos los jubilados." (La Nación, 15 de diciembre 2008)

Ayer, en Ituzaingó, había TRES cuadras de cola de gente de edad, achicharrándose bajo el sol del mediodía para cobrar esta ‘especie de reconocimiento’. Esto no es lo grave –al menos, no lo novedoso-; lo más terrible es que los jubilados están obligados a soportar cuatro cuadras de colas bajo el sol, ya que este merecido reconocimiento del gobierno vence el 31 de diciembre. Es decir, aquél que no pueda o quiera hacer largas colas y decida aguardar hasta después de las fiestas no cobrará nada. Esto deja en evidencia que antes que otorgar los $200, el gobierno está más interesado en hacer un anuncio mediático; de no ser así, no se entiende por qué la fecha de vencimiento tan próxima.


Esta es la ‘suerte de premio’ que anunció la presienta: más maltrato y más oprobio. Curiosa ‘suerte’ de ‘premio.’


domingo, 21 de diciembre de 2008

Autoridad docente según el ministro Narodowski

Esto dijo el ministro Narodowski sobre la rectora que festejó con agua en la despedida de los alumnos de 5° del colegio Mariano Acosta:


“Nosotros, obviamente, estamos muy tristes por lo que pasó, no nos parece que sea el lugar que tiene que tener un rector, pero hay una investigación en marcha. El problema es que se ve una imagen entre pares: se rompe la asimetría que debe existir entre docentes y alumnos. Hay otras formas de festejar para un directivo de una escuela que el año que viene cumple 131 años. Estamos a favor de la jerarquización del docente y ahí no se ve. Buscamos el ejercicio de una autoridad de otro tipo, y no esa.” (Clarín, 21 de diciembre 2008)


No conozco a la rectora del Mariano Acosta, por lo tanto no intento lanzar una defensa de su persona. Más me interesa revisar las razones que el ministro Nadorowski da para iniciarle un sumario:


Tengo para mí que cada uno ve lo que quiere ver. Si Narodowski ve una imagen entre pares cuando un docente juega con agua con sus alumnos, tal vez sea porque concibe la asimetría docente-alumno tal y como se concebía cincuenta años atrás: el docente como un tótem inalcanzable, cuya autoridad jamás se encharcaba en el barro de la mundanalidad cotidiana. Un docente no festejaba con sus alumnos, ni se reía con ellos, ni compartía momentos fuera de su labor catedrática sin ver flaquear su imagen distante y poderosa. Sin embargo, estoy seguro que el ministro, quien ha sido maestro de escuela, jamás ha visto flaquear su autoridad docente por festejar, reír y jugar con sus alumnos. Del mismo modo que un padre no se convierte en un par de su hijo por el mero hecho de jugar con aquél. La necesaria asimetría entre docente y alumno no anula la posibilidad de que existan puntos de contacto cotidianos y afectivos entre docentes y alumnos. De hecho, pretender lo contrario puede ser contraproducente. El respeto, que es la base de toda asimetría positiva, no se puede alcanzar desde la altura que otorga el pedestal, sino compartiendo. Narodowski comete un gran error al identificar ‘compartir’ con ‘falta de autoridad’. Cuando el ministro ataca actitudes de proximidad entre docentes y alumnos, parece dar por supuesto que la autoridad y el respeto se construye con distanciamiento y severidad. Hay muchos docentes que construyen autoridad y respeto a partir de la comprensión. Estos docentes, como los buenos padres, saben diferenciar cuándo corresponde compartir, y cuando tomar distancia, cuándo ser flexibles, y cuando ser severos. Los buenos docentes lo saben.


Jugar con agua, en sí, no parece ser una actividad que atente contra la disciplina y los valores de un establecimiento educativo. El ministro parece comprender esto. Sus dichos dejan entrever que el problema no está en que se juegue con agua, sino en que sean los docentes quienes juegan. Esto es, por lo menos, cuestionable. Cuando Narodowski dice que “hay otras formas de festejar para un directivo,” lo que está admitiendo es que lo lúdico no debe entrar entre los comportamientos admitidos para una persona con autoridad. Personalmente, he visto a directivos bailando, cantando y haciendo carrera de bolsas (entre otros) sin que su autoridad frente a alumnos y docentes disminuyera en absoluto.


Al mismo tiempo, el ministro agrega: “hay otras formas de festejar para un directivo de una escuela que el año que viene cumple 131 años.” ¿Qué quiere decir esto último? Mi impresión es que para el ministro una escuela ‘histórica’ no se puede permitir actitudes flexibles y ‘no convencionales’. Más aún, la sola inclusión de este comentario permite suponer que sí existen escuelas en las cuales esta actitud sería permitida. En consecuencia, no existe una clara infracción en la actitud de la rectora. El ministro justifica la sanción apelando a una historia institucional (ya de por sí cuestionable) antes que a valores pedagógicos de carácter generalizable.


También se habla de jerarquización docente, olvidando que la jerarquización no es algo inherente a los actos personales, sino una gracia que otorga la comunidad, la cual, al menos en este caso, se ha mostrado a favor de la rectora. Por parte del gobierno, por ejemplo, un gesto de jerarquización consistiría en otorgar sueldos acordes con la tarea desempeñada, algo a lo cual el gobierno de la ciudad se negó rotundamente en los últimos meses.


En fin, Narodowski concluye diciendo: “buscamos el ejercicio de una autoridad de otro tipo”. La persona del plural, me parece entrever, excluye a los docentes. ¿Qué tipo de autoridad busca el ministro y su gobierno? ¿Una autoridad en la cual lo lúdico sea sacrilegio? ¿En la cual compartir con los alumnos sea visto con malos ojos? ¿En la cual se impongan las tradiciones arcaicas por sobre las decisiones comunitarias? Conozco a varios docentes que en una situación similar hubieran agarrado la manguera y disfrutado del juego con sus alumnos. Son docentes a los que respeto y a los cuales sus alumnos respetan. Discúlpenme la falta de sutileza, pero me parece que Narodowski está meando fuera del tarro.


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lunes, 15 de diciembre de 2008

Las noticias de mañana (un adelanto de lo que va a pasar)


LA BOTA EN EL OJO AJENO


Después del bochornoso incidente en la conferencia de prensa de Bagdag, en la cual un periodista iraquí recibió al presidente Bush con un zapatazo por la cabeza, la seguridad personal del primer mandatario optó por revisar los bolsillos y el calzado de todos los periodistas con acento extranjero. Según fuentes oficiales, en el operativo se incautó la bota de un periodista afgano, especialmente diseñada para blancos a distancia. Según trascendió, el periodista se excusó diciendo: “Me considero amigo del gobierno americano; mi única intención era ayudar a que el señor presidente completara su par.”



LA DROGA EN EL AUTO AJENO


Luego de ser sobreseído, el jefe de automotores de la Sedronar, Carlos Alberto Oreiro, en cuya camioneta se encontraron los ocho kilos de cocaína, declaró que “cuando Gendarmería nos cedió la camioneta, mi única responsabilidad fue haber pedido que me la equiparan a full. Pero qué es lo que entendieron los de Gendarmería, eso ya no corre por mi cuenta.”



UN SOL PARA LOS RICOS


Después del apoyo unánime que la eliminación de la ‘tablita de Machinea’ recibió por parte de la oposición, la presidenta declaró con entusiasmo: “Qué redistribución de la riqueza ni qué ocho cuartos; vamos a seguir anunciando medidas que beneficien al 3% más rico de la población, porque esa parece ser la única forma de contentar a toda la plana política y sindical.”


En un mismo orden de cosas, el vocero presidencial anunció que debido al dinero extra que los ricos van a tener en los bolsillos a fin de año, la anunciada ‘canasta navideña ejecutiva’ va a resultar insuficiente. En consecuencia, el gobierno ya se encuentra en tratativas con los grandes supermercados para lanzar un innovador ‘baúl navideño’, que contendría, entre otras exquisiteces, una sidra de marca, turrones que no venzan el mes que viene y cien gramos de higos deshidratados. Junto con esto, se planea dotar al novedoso ‘baúl navideño’ de un doble fondo que permita ocultar aquel dinero en negro que no se ajuste a la moratoria recientemente lanzada por la presidenta, así como uno que otro pan de cocaína. Carlos Alberto Orebro, de la Sedronar, ya habría declarado que la idea de este baúl navideño “es una verdadera tentación.”

jueves, 30 de octubre de 2008

La plata y la crisis (primera entrega)


La crisis financiera del planeta nos obliga a hacer un esfuerzo por extraer algo de sentido de este aparato complejo e indescifrable que es el sistema financiero. Cuando se agudiza la vista, sin embargo, parece descubrirse un universo casi mágico del cual somos inevitables prisioneros. Aunque suene fantástico, el sistema financiero no es más que un montón de principios místicos, donde la fe determina la diferencia entre el éxito y el más rotundo fracaso.


La crisis financiera que sacudió los centros económicos del planeta y despabiló a más de uno nos dejó, creo yo, una certeza irrenunciable: si hay una cosa en esta tierra de la cual los simples mortales no entendemos nada, ésa es la economía. Me parece sospechar el porqué la economía suele representársenos como una suerte de fantasma inasible y evanescente; resulta que la economía es precisamente eso, un fantasma inasible y evanescente. Aunque la economía suela percibirse como una ciencia exacta, poblada de cifras y ecuaciones, si uno descorre los primeros vahos de densa matemática que la recubren, es posible descubrir que en su interior no hay nada concreto, sólo un montón de fantasías e ilusiones.


Consideremos, con las limitaciones y simplificaciones necesarias, algunos conceptos básicos que permiten echar luz sobre el oscuro y remoto universo financiero.


La plata no existe


En principio, es fundamental reconocer que el dinero no existe. Billetes y monedas no son más que papeles y metales, y no tienen ningún valor si los seres humanos no nos ponemos de acuerdo en ello. Si una moneda de un peso equivale a un piragüita de chocolate, es porque un buen número de sujetos estamos de acuerdo en que esto sea así. En el pasado, cada vez que un país imprimía un billete, ese papel representaba una cantidad de oro guardada en el banco central. En aquel tiempo, sí, era posible decir que el dinero representaba algo concreto: lingotes de oro. Pero después de la Segunda Guerra, los billetes pasaron a representar otros billetes. Así, por ejemplo, un peso argentino representa cierta cantidad de dólares que el gobierno de este país tiene apilado en sus reservas. Ahora bien, ¿y los dólares, qué representan? Pues, a decir verdad, nada. Los dólares valen porque desde de la Segunda Guerra la humanidad toda está de acuerdo en ello. Pero detrás de un dólar no hay nada, sólo la fe y la esperanza de que el día de mañana sigan valiendo. Es esta fe lo que nos mueve compulsivamente a comprar dólares cuando se asoma alguna crisis económica de carácter doméstico. Y es esta misma fe la que lleva a este animal de costumbre que es el ser humano a continuar comprando dólares aún cuando el estado norteamericano se cae a pedazos. De hecho, no hay forma de que el estado norteamericano acabe por derrumbarse del todo, ya que puede darse el lujo de imprimir billetes hasta el cansancio. Siempre y cuando, por supuesto, siga habiendo animales y gobiernos de costumbre deseosos de acumularlos como el tesoro más preciado del mundo.


Es decir, si los pesos argentinos valen, es porque hay gente en este país que los prefiere a otras monedas, y esta preferencia descansa en la confianza de que su valor seguirá siendo el mismo de acá a un tiempo medianamente largo. Por su parte, si los dólares valen, es porque hay gente, aquí y en el resto del orbe, que también los prefieren a otras monedas, y esto, por supuesto, ocurre por que se confía en que su valor se mantendrá de acá a un tiempo medianamente largo. En ambos casos, se habrá percibido, la palabra clave es la confianza. Pero lo cierto es que no existen datos que permitan avalar esa confianza más que de un modo subjetivo y aproximado. Si no fuera así, no existirían crisis financieras. Si hay crisis, es porque esa confianza de pronto se ve traicionada. Se trata, en última instancia, de una confianza sostenida por la esperanza, la fe. Este no es un rasgo menor. Por primera vez en nuestro relato, es posible percibir que uno de los engranajes centrales de la economía es la fe, nada más alejado de la certeza matemática. Dejaremos para más adelante las implicancias de esta impresión.


Próximas entregas


Dos simples pasos para crear dinero

Cómo se pincha una burbuja financiera

El sistema financiero es una religión

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miércoles, 8 de octubre de 2008

El bicentenario y un símbolo al federalismo argentino

Llega el 2010. La Argentina se acerca a cumplir doscientos años como país autoproclamado autónomo [1]. A la hora de conmemorar nuestro pasado heroico conviene no olvidar que las primeras décadas de independencia estuvieron marcadas por las guerras internas. En términos simplificados, lo que se llevaba a cabo en aquel tiempo era una puja entre la metrópoli y el campo por el dominio político y económico. Por supuesto, Buenos Aires venció la disputa y el gesto más evidente de esta victoria parece haber sido el abandono de Urquiza en la batalla de Pavón, que dejó ganador a Moreno y a la ciudad, y limitó para siempre los sueños concretos de federalismo. Porque más allá de lo que pueda querer decir el término “Federal” en la denominación de nuestro territorio (República Federal Argentina), nuestro país fue y sigue siendo un país inclinado hacia la metrópoli, hacia Buenos Aires. 

 

Ahora, tras doscientos años de autonomía nacional, sigue quedando en evidencia este sometimiento del interior frente a la capital, o, mejor dicho, el desdén que la ciudad y sus gobiernos citadinos parecen seguir teniendo por el resto del país. Esta vez, con relación al festejo del bicentenario de la Revolución de Mayo. 


Resulta que existe un proyecto para seleccionar un nuevo símbolo para esta fecha patriótica. Por supuesto, este nuevo símbolo habrá de ser clavado en la ciudad de Buenos Aires (desbancando al ya vetusto obelisco). Esto no debería asombrar. La buena noticia es que los proyectos seleccionados se darán a conocer para que sea la población la que elija el de su agrado. Esto, en apariencia, luce como un gesto de reconocimiento e integración: la nación que elige por votación democrática el monumento que la representará por otros cien años. Ahora bien, ¿cómo votar? Esto es lo que se lee en las bases del proyecto: 


“[Los proyectos seleccionados] serán exhibidos públicamente en el shopping Abasto de la Ciudad de Buenos Aires. (…) El púbico votará en urnas dispuestas en el mismo lugar de exposición.” 


¿Desea participar de la votación? Bueno, acérquese al Abasto¿Qué vive muy lejos? Tómese un tren. ¿Que vive más lejos todavía? ¿Que nuestro país es largo y extendido? ¿Que también tiene derecho a votar poque de sus bolsillos también saldrá la financiación para este megaproyecto? A ver, preguntemos: ¿Hay alguna forma alternativa de participar, de votar democráticamente, que no implique acercarse hasta el shopping? ¿Carta? No. ¿Teléfono? No. ¿Internet? Tampoco. Pero seamos sinceros, ¿hace falta? Para qué. Quédese tranquilo en casa, ¿para qué molestarse?, trague su fastidio acostumbrado y deje que en la capital se encarguen del tema, que acá estamos acostumbrados a tomar todas las decisiones que afectan e interesan al resto del país. El proyecto que resulte elegido, después de todo, servirá como claro símbolo de todo lo que pasó en estos doscientos años, de todo lo que cambió y de todo lo que no tiene miras de cambiar.


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[1] Todavía queda la duda si deberíamos festejar el bicentenario en el 2010 o en el 2016. Después de todo, la verdadera declaración de independencia fue aquella firmada en Tucumán, por todas las provincias unidas. 


jueves, 25 de septiembre de 2008

Postal 2: Soy una ser humano


Hace varios días que me persigue una duda existencial. Debo aclarar que mi escasa preparación filosófica y mi limitado conocimiento sobre la televisión actual en poco me ayudan a resolverla. La duda es esta:


En su República, ¿qué lugar hubiera otorgado Platón a Karina Jelinek



martes, 9 de septiembre de 2008

Postal 1: Comer pan frente a los pobres


Puede que me equivoque. No suelo ver Susana Giménez, de modo que puede que todo sea una mala interpretación mía. Lo que sé con seguridad es que ayer me molestó la innecesaria ostentación que tuvo lugar mientras la diva jugaba un bueno de truco con González Oro. Lo que percibí es mínimo, y quizá, para muchos, irrelevante. Pero a mí me molestó. Los dos conductores jugaban por plata. De 300 $, el negro dobló la apuesta a 600. Y cuando hubo de poner los billetes en la mesa, sacó sus dólares de la billetera. Parece ser que Susana había ganado ya un partido anterior. Cuando el negro Oro le dijo que tendría que haber donado la plata, ella aclaró que se la había quedado para ella. Lo propio haría él.



Todo el tiempo, mientras veía el juego de truco televisado, supuse que la apuesta tenía algún fin benéfico. Supongo que es el lugar común al que nos tiene acostumbrado la pantalla: “nos llenamos de plata, pero la excusa es siempre algún sueño loable y bienintencionado que prometemos cumplir.” Esta vez, la realidad era más cruda, y por eso mismo más real. Susana y Oro jugaban por ellos mismos, y ponían en juego un dinero que la mayoría de los televidentes no consigue siquiera trabajando todo un mes. Y más aún, se pagaba en dólares con la mayor naturalidad del mundo. Para el resto, del otro lado de la pantalla, esto tenía que doler. Ver a alguien tratando con indiferencia aquello que para otros es preciado tiene que doler. O tal vez no, tal vez a Susana todo se le perdone, porque ella, por lo menos, les convida unos minutos de felicidad a los grandes desdichados. Qué se yo, por ahí todo este razonamiento mío es inútil y no haga sino poner en evidencia mis propios prejuicios. Aún así, sigo convencido de que comer pan frente a los pobres tiene que doler, a alguien por lo menos, le tiene que doler.


jueves, 28 de agosto de 2008

La curiosa memoria olímpica de la Secretaría de Deportes


Parece ser que la Secretaría de Deportes de la Nación envió un comunicado a través del cual el gobierno se jacta de ser aquél que más medallas ha cosechado en juegos olímpicos en nuestro país. En este cómputo entran, por supuesto, las dos gestiones Kirchner, aún cuando la del anterior presidente recién se iniciara para la época en que las olimpíadas de Atenas tuvieron lugar.


Pero más allá de si es o no correcto que un gobierno se jacte de una performance deportiva en la cual en muchos casos no ha tenido verdadera influencia, existe un dato por lo menos incómodo. Resulta que la Secretaría de Deporte aclara que esta superioridad medallística frente a otros gobiernos sólo tiene en cuenta aquellas olimpíadas jugadas a partir del año ’48, después de las cancelaciones de la 2ª Guerra Mundial. Esto, por supuesto, deja de lado doce juegos olímpicos previos, dos de estos, durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear (1922 y 1928). Curiosamente, fue en estos dos juegos que Argentina realizó su mejor performance histórica, con 16 medallas frente a las 12 de los últimos años.


El razonamiento de la Secretaría de Deportes es grave. Supone que la historia olímpica se inicia en aquel punto que se decide conveniente. De no ser así, no habría porqué jactarse de un ‘primer puesto’ que es en realidad ficticio. Lo grave es que para evitar el incómodo 'segundo puesto' que concede la historia, la Secretaría de Deportes debe reescribir el pasado, o, lo que es lo mismo, anular esa parte de la historia que no es favorable. Es tradición de algunas formas de poder mandar a quemar aquellos libros cuyas palabras pueden debilitar y cuestionar el orden instaurado. En un tiempo en que lo que sobra son las palabras y la presencia de las mismas es casi laberíntica, la destrucción de documentos es tan imposible como innecesaria: basta con ignorar aquello que molesta. Total, muy poca gente lo notará. Esto es lo que hace la Secretaría de Deportes. Construye su propia historia olímpica mediante la sutil omisión de aquella porción del pasado que la contradice.



jueves, 19 de junio de 2008

Comentario e interrupción: la lógica de la visualización televisiva y la experiencia cinematográfica

Palabras claves: visualización, cine, televisión, video, interrupción, Tinelli

Una profesora de lengua castellana me refirió el siguiente episodio:

Había planeado ver una película con un curso de cuarto año de profesorado. Por algún motivo las clases se habían suspendido y el curso decidió, junto con la profesora, llegarse hasta la casa de una alumna para poder así ver la película que, de otro modo, quedaría pendiente. Una vez en la casa de la alumna sus compañeros comenzaron a repartirse las tareas: “Yo pongo la peli.” “Yo pongo la pava.” “Yo cebo el mate.” “Yo sirvo los bizcochitos.”

La profesora relataba el episodio con desconcierto: “¿Cómo se supone que puedan apreciar una película de Woody Allen si están interrumpiendo con el mate, las galletitas y la charla?” se preguntaba.

Desconozco si llegó a hacerles saber su posición. Pero es muy probable que, de haber hecho, las alumnas se hubiesen encontrado en la misma situación de desconcierto: “¿Cómo pretende esta mujer que veamos una película quietos y en silencio? ¿Y a quién le puede molestar que tomemos mate? Después de todo, este tipo de anteojitos es bastante plomo,” podría haber sido su respuesta.


Dos ámbitos de visualización


Entiendo este problema como un conflicto entre dos ámbitos de visualización originalmente diferenciados que hoy tienden a superponerse: el ámbito de la visualización cinematográfica y el ámbito de la visualización televisiva. La visualización cinematográfica inscribe la experiencia de ver películas en el marco de una sala de cine, lo que implica el ingreso en un espacio público y ajeno, un espacio en que la oscuridad y el silencio fomentan la desconexión del espectador con la realidad circundante y su inmersión en el mundo de la pantalla, lo cual supone a su vez una actitud contemplativa que se ve allanada por la continuidad audiovisual ininterrumpida.

En cambio, la visualización televisiva se inscribe en un espacio completamente opuesto. La experiencia televisiva tiene lugar en el hogar (en la cocina, el comedor, la habitación), en un espacio que es íntimo y propio, y donde la visualización se articula y se interfiere con otras actividades (cocinar, comer, estar con amigos o en familia). En este ámbito, la norma es la distracción, ya sea por la realización de otras tareas simultáneas a la visualización o por la comunicación con otras personas. En este contexto, el disfrute no se encuentra dado principalmente por la experiencia audiovisual, como sucede en el cine, sino que se imbrica y superpone con las otras experiencias sociales y hogareñas. De hecho, es muy común que el contenido televisivo sea menos importante para el espectador que el contenido social que acompaña la visualización. En innumerables ocasiones se ve televisión sin que la visualización constituya el centro de interés del espectador. Cuando se va al cine, en cambio, en la mayoría de los casos –y aún cuando la experiencia social pueda adquirir relevancia, e incluso justificar la salida al cine-, dentro de la sala de cine se está, ante todo, viendo cine, y lo social, aunque nunca desaparezca, queda relegado.

A esto podría sumarse la singularidad que suele acompañar a la experiencia cinematográfica, resultado de la frecuencia usualmente irregular con la cual uno se convierte en espectador de cine. Para la mayoría de la gente, ir al cine constituye en sí un acto con significatividad propia, asociado a salidas nocturnas -en pareja o con amigos-, a viajes hasta las salas de cine, e incluso a almuerzos o cenas que complementan la experiencia cinematográfica. En cambio, la experiencia televisiva suele carecer de toda singularidad. La televisión es un hecho más dentro de la rutina diaria de las personas, y como tal, no revierte ningún carácter particular. Ver televisión raramente se instituye como un ‘momento’ individualizado en nuestras vidas. Ver televisión es algo que ocurre de modo habitual, recurrente, a veces sin que uno se detenga a pensarlo, y sin que percibamos cada visualización como un hecho particular. Éste raramente es el caso en una sala de cine, aún para el cinéfilo rutinario y acostumbrado. El solo abonar una entrada, el ingresar en una sala en penumbras y aguardar a que las luces se apaguen por completo para que la proyección dé comienzo otorgan a la experiencia cinematográfica un carácter de acontecimiento, de momento singular.

Por último, los contenidos televisivos no parecieran diseñados para la contemplación. La televisión se ve, muchas veces, de pasada. En ocasiones tan sólo se la oye mientras se realizan otras actividades. En realidad, no puede haber contemplación porque no hay detenimiento. La vida de la audiencia televisiva continúa mientras ésta mira televisión. Esta es una clara diferencia con el cine, donde la vida se interrumpe y el espectador ingresa en una suerte de paréntesis en el cual el poder de la pantalla lo abstrae de la realidad [1]. La misma estructura de los contenidos televisivos da cuenta de esto. Los programas televisivos –aún cuando de películas se trate- son naturalmente interrumpidos por pausas publicitarias, que muchas veces cumplen la complementaria función de conceder al espectador una mayor conexión con la realidad circundante (levantarse, ir al baño, hacer una llamada telefónica, etc.).


El videocasete y la entrada del cine en el ámbito televisivo


Podría decirse que es a partir de la introducción del videocasete que el ámbito de la visualización cinematográfica y el de la visualización televisiva entran en conflicto[2]. En realidad, con la introducción del videocasete en el hogar, el objeto de la visualización cinematográfica (la película como unidad, sin cortes y sin un marco de contenidos televisivos) se traslada al ámbito de la visualización televisiva, al hogar, con todo lo que esto trae aparejado. En una primera etapa, cuando la videocasetera es todavía una novedad, sentarse a ver una película en el living o en el comedor todavía representa un acontecimiento, un momento de detenimiento (en el cual en general participa toda la familia o el grupo de amigos). Sin embargo, a medida que la videocasetera se convierte en un mueble más, la pausa y el rebovinado se instituyen como elementos constitutivos de la experiencia de cine en el hogar, y la lógica de visualización cinematográfica comienza a ser transformada y absorbida por la lógica televisiva. En la actualidad, incluso, es posible afirmar que en muchos casos –si no en la mayoría- ya ni siquiera la pausa cumple función alguna, y los espectadores suelen levantarse, charlar e interactuar frente al video cinematográfico con la misma naturalidad y despreocupación con la cual lo hacen frente a un programa de televisión. Si algo de la trama se pierde, en lugar de revobinar, se pregunta, y listo.

Entonces, lo que el ámbito televisivo instituye en la relación entre el espectador y la imagen audiovisual es la ‘interrupción,’ entendida ésta como la desconexión entre el espectador y la imagen. La interrupción puede implicar pausas o, como se mencionó antes, acciones simultáneas a la visualización: cebar mate, charlar, comer galletitas. De todas éstas, tal vez la interrupción clave sea la palabra, el comentario, ya que representa un quiebre inevitable de la atención. Uno podría suponerse tomando un puñado de pochochos del centro de la mesa sin que la vista o la atención se desviaran de la pantalla. La pausa, por otra parte, implica una suspensión de la atención, y, en tanto suspensión, aún deja lugar para que la atención sea retomada más adelante. El comentario en cambio, implica una superposición que interrumpe la atención. Cuando se charla o se hace un comentario, aunque sea durante una fracción de segundo, la atención se disipa y la contemplación desaparece.

Es verdad que el ámbito cinematográfico no está exento de estas interrupciones, pero la diferencia radica en que, en el ámbito televisivo, estas interrupciones aparecen como la norma. No sólo están permitidas, sino que parecieran esperarse. ¿Quién no ha escuchado, mientras se veía una película entre amigos, el comentario: “Che, están todos muy callados”? Este comentario es impensable en el entorno de una sala de cine, donde la norma es el silencio, y el chistido la respuesta a cualquier murmullo molesto.


El ámbito de la visualización televisiva ingresa en la televisión


Lo señalado hasta aquí podría ser esgrimido como respuesta al planteo de la profesora de lengua de la anécdota inicial. Sin embargo, conviene no dejar de lado ciertas características propias de la televisión argentina actual que parecen otorgar a esta lógica de la interrupción más legitimidad que nunca.|

Hasta hace unos años, la interrupción como comentario seguía siendo una atribución propia del ámbito televisivo, pero no del contenido televisivo. Tradicionalmente, cuando un locutor presentaba algo digno de ser visto, y él mismo se convertía en espectador (de un show musical, de un acontecimiento periodístico, de una cámara oculta), se cuidaba de no interrumpir con su propio comentario. Es decir, que el comentario, la interrupción y la superposición verbal sobre el contenido audiovisual estaban permitidos en el ámbito del hogar, pero no dentro del estudio televisivo. Hacer comentarios sobre la voz de una cantante o los pasos de un bailarín hubiese sido considerado una falta de respeto, tanto a aquél que cantaba o bailaba, como a la audiencia televisiva.

En la actualidad -en la televisión argentina por lo menos-, estos reparos han ido quedando obsoletos. La interrupción, aquello que era propio de la intimidad del ámbito de visualización del hogar, se ha trasladado adentro de la pantalla misma. Los locutores presentan números musicales, acróbatas, cámaras ocultas, sketches y hasta dramatizaciones, a los cuales interrumpen con sus propios comentarios subjetivos de espectador ansioso, egoísta y verborrágico. Los programas de Tinelli fueron fundantes en esta nueva tradición que vuelve al estudio de televisión en un living de hogar en el cual conductores y panelistas comentan e interrumpen aquello que se presenta a la audiencia[3] del mismo modo que la gente en sus casas interrumpía aquello que la televisión les proponía[4]. De este modo, no sólo la lógica del ámbito televisivo invade otros tipos de visualización, sino que la televisión misma –por lo menos en sus programas más populares- se convierte en un modelo de visualización caracterizado por la interrupción y el comentario, es decir, por la pérdida de la contemplación como clave de la experiencia de espectador.

La cadena de transformaciones y fusiones (la visualización cinematográfica que se transforma por efecto de la lógica de visualización televisiva, que a su vez acaba siendo integrada al propio contenido televisivo) concluye en un inevitable círculo vicioso: el poder formativo de la televisión es tal que, una vez que ella instituye la interrupción como parte de su propia lógica, ésta se extiende y penetra como modelo de visualización aún en aquellos hogares en los que la contemplación todavía parecía dominar. Podría decirse, en fin, que la televisión de la actualidad educa espectadores en un hábito de visualización caracterizado por la interrupción y el comentario.

“¿Cómo se supone que puedan apreciar una película de Woody Allen si están interrumpiendo con el mate, las galletitas y la charla?” se preguntaba la profesora de lengua de la anécdota. Tal vez ya no haya más apreciación posible, o ésta sólo sea posible en condiciones extraordinarias. La causa ha de buscarse en lo que el ámbito televisivo ha hecho del cine y de la experiencia de contemplación audiovisual, este ámbito televisivo, que se encuentra caracterizado por la interrupción y que halla refuerzo en los hábitos de visualización que se proponen desde la pantalla misma, y que, para bien o para mal, nos condiciona a todos los que vemos cine en el hogar, con la familia alrededor, y un control remoto en la mano.



[1] De aquí las recurrentes metáforas que asocian la experiencia cinematográfica al sueño.


[2] Si bien la televisión siempre se ocupó de transmitir cine, el cine en televisión se acomodaba a los límites propios de todo contenido televisivo: transmisión única y cortes publicitarios. El videocasete representa, en primera instancia, una liberación de estas restricciones y una mayor aproximación a la experiencia de la sala de cine.


[3] Esto pareciera ser así hasta el punto de verme tentado a referirme a esta forma de relación con el contenido televisivo -desde la televisión- como ‘efecto Videomatch.’ Aunque no sea más que mera conjetura, se me ocurren dos posible explicaciones para que la interrupción haya comenzado imponiéndose en los programas de Tinelli: ya porque el conductor logró identificarse y transformarse en un televidente más, asimilando acciones y hábitos propios de la visualización hogareña, ya porque poco a poco lo que se mostraba comenzó a ser menos importante que la persona misma que lo presentaba, y su comentario se volvió una forma de legitimar y reafirmar la relevancia de los contenidos del programa.


[4] Como antecedente a la interrupción aquí planteada se me ocurren las risas grabadas características de la mayoría de los programas humorísticos, las cuales suponían ya una presencia explícita del espectador en el estudio; aunque su origen se deba más al remanente de la audiencia teatral incorporada en muchos programas transmitidos en vivo antes que a la incorporación de un tipo de audiencia propiamente televisiva.