jueves, 30 de octubre de 2008

La plata y la crisis (primera entrega)


La crisis financiera del planeta nos obliga a hacer un esfuerzo por extraer algo de sentido de este aparato complejo e indescifrable que es el sistema financiero. Cuando se agudiza la vista, sin embargo, parece descubrirse un universo casi mágico del cual somos inevitables prisioneros. Aunque suene fantástico, el sistema financiero no es más que un montón de principios místicos, donde la fe determina la diferencia entre el éxito y el más rotundo fracaso.


La crisis financiera que sacudió los centros económicos del planeta y despabiló a más de uno nos dejó, creo yo, una certeza irrenunciable: si hay una cosa en esta tierra de la cual los simples mortales no entendemos nada, ésa es la economía. Me parece sospechar el porqué la economía suele representársenos como una suerte de fantasma inasible y evanescente; resulta que la economía es precisamente eso, un fantasma inasible y evanescente. Aunque la economía suela percibirse como una ciencia exacta, poblada de cifras y ecuaciones, si uno descorre los primeros vahos de densa matemática que la recubren, es posible descubrir que en su interior no hay nada concreto, sólo un montón de fantasías e ilusiones.


Consideremos, con las limitaciones y simplificaciones necesarias, algunos conceptos básicos que permiten echar luz sobre el oscuro y remoto universo financiero.


La plata no existe


En principio, es fundamental reconocer que el dinero no existe. Billetes y monedas no son más que papeles y metales, y no tienen ningún valor si los seres humanos no nos ponemos de acuerdo en ello. Si una moneda de un peso equivale a un piragüita de chocolate, es porque un buen número de sujetos estamos de acuerdo en que esto sea así. En el pasado, cada vez que un país imprimía un billete, ese papel representaba una cantidad de oro guardada en el banco central. En aquel tiempo, sí, era posible decir que el dinero representaba algo concreto: lingotes de oro. Pero después de la Segunda Guerra, los billetes pasaron a representar otros billetes. Así, por ejemplo, un peso argentino representa cierta cantidad de dólares que el gobierno de este país tiene apilado en sus reservas. Ahora bien, ¿y los dólares, qué representan? Pues, a decir verdad, nada. Los dólares valen porque desde de la Segunda Guerra la humanidad toda está de acuerdo en ello. Pero detrás de un dólar no hay nada, sólo la fe y la esperanza de que el día de mañana sigan valiendo. Es esta fe lo que nos mueve compulsivamente a comprar dólares cuando se asoma alguna crisis económica de carácter doméstico. Y es esta misma fe la que lleva a este animal de costumbre que es el ser humano a continuar comprando dólares aún cuando el estado norteamericano se cae a pedazos. De hecho, no hay forma de que el estado norteamericano acabe por derrumbarse del todo, ya que puede darse el lujo de imprimir billetes hasta el cansancio. Siempre y cuando, por supuesto, siga habiendo animales y gobiernos de costumbre deseosos de acumularlos como el tesoro más preciado del mundo.


Es decir, si los pesos argentinos valen, es porque hay gente en este país que los prefiere a otras monedas, y esta preferencia descansa en la confianza de que su valor seguirá siendo el mismo de acá a un tiempo medianamente largo. Por su parte, si los dólares valen, es porque hay gente, aquí y en el resto del orbe, que también los prefieren a otras monedas, y esto, por supuesto, ocurre por que se confía en que su valor se mantendrá de acá a un tiempo medianamente largo. En ambos casos, se habrá percibido, la palabra clave es la confianza. Pero lo cierto es que no existen datos que permitan avalar esa confianza más que de un modo subjetivo y aproximado. Si no fuera así, no existirían crisis financieras. Si hay crisis, es porque esa confianza de pronto se ve traicionada. Se trata, en última instancia, de una confianza sostenida por la esperanza, la fe. Este no es un rasgo menor. Por primera vez en nuestro relato, es posible percibir que uno de los engranajes centrales de la economía es la fe, nada más alejado de la certeza matemática. Dejaremos para más adelante las implicancias de esta impresión.


Próximas entregas


Dos simples pasos para crear dinero

Cómo se pincha una burbuja financiera

El sistema financiero es una religión

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miércoles, 8 de octubre de 2008

El bicentenario y un símbolo al federalismo argentino

Llega el 2010. La Argentina se acerca a cumplir doscientos años como país autoproclamado autónomo [1]. A la hora de conmemorar nuestro pasado heroico conviene no olvidar que las primeras décadas de independencia estuvieron marcadas por las guerras internas. En términos simplificados, lo que se llevaba a cabo en aquel tiempo era una puja entre la metrópoli y el campo por el dominio político y económico. Por supuesto, Buenos Aires venció la disputa y el gesto más evidente de esta victoria parece haber sido el abandono de Urquiza en la batalla de Pavón, que dejó ganador a Moreno y a la ciudad, y limitó para siempre los sueños concretos de federalismo. Porque más allá de lo que pueda querer decir el término “Federal” en la denominación de nuestro territorio (República Federal Argentina), nuestro país fue y sigue siendo un país inclinado hacia la metrópoli, hacia Buenos Aires. 

 

Ahora, tras doscientos años de autonomía nacional, sigue quedando en evidencia este sometimiento del interior frente a la capital, o, mejor dicho, el desdén que la ciudad y sus gobiernos citadinos parecen seguir teniendo por el resto del país. Esta vez, con relación al festejo del bicentenario de la Revolución de Mayo. 


Resulta que existe un proyecto para seleccionar un nuevo símbolo para esta fecha patriótica. Por supuesto, este nuevo símbolo habrá de ser clavado en la ciudad de Buenos Aires (desbancando al ya vetusto obelisco). Esto no debería asombrar. La buena noticia es que los proyectos seleccionados se darán a conocer para que sea la población la que elija el de su agrado. Esto, en apariencia, luce como un gesto de reconocimiento e integración: la nación que elige por votación democrática el monumento que la representará por otros cien años. Ahora bien, ¿cómo votar? Esto es lo que se lee en las bases del proyecto: 


“[Los proyectos seleccionados] serán exhibidos públicamente en el shopping Abasto de la Ciudad de Buenos Aires. (…) El púbico votará en urnas dispuestas en el mismo lugar de exposición.” 


¿Desea participar de la votación? Bueno, acérquese al Abasto¿Qué vive muy lejos? Tómese un tren. ¿Que vive más lejos todavía? ¿Que nuestro país es largo y extendido? ¿Que también tiene derecho a votar poque de sus bolsillos también saldrá la financiación para este megaproyecto? A ver, preguntemos: ¿Hay alguna forma alternativa de participar, de votar democráticamente, que no implique acercarse hasta el shopping? ¿Carta? No. ¿Teléfono? No. ¿Internet? Tampoco. Pero seamos sinceros, ¿hace falta? Para qué. Quédese tranquilo en casa, ¿para qué molestarse?, trague su fastidio acostumbrado y deje que en la capital se encarguen del tema, que acá estamos acostumbrados a tomar todas las decisiones que afectan e interesan al resto del país. El proyecto que resulte elegido, después de todo, servirá como claro símbolo de todo lo que pasó en estos doscientos años, de todo lo que cambió y de todo lo que no tiene miras de cambiar.


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[1] Todavía queda la duda si deberíamos festejar el bicentenario en el 2010 o en el 2016. Después de todo, la verdadera declaración de independencia fue aquella firmada en Tucumán, por todas las provincias unidas.