martes, 27 de enero de 2009

La plata y la crisis (segunda entrega)

La crisis financiera del planeta nos obliga a hacer un esfuerzo por extraer algo de sentido de este aparato complejo e indescifrable que es el sistema financiero. Cuando se agudiza la vista, sin embargo, parece descubrirse un universo casi mágico del cual somos inevitables prisioneros. Aunque suene fantástico, el sistema financiero no es más que un montón de principios místicos, donde la fe determina la diferencia entre el éxito y el más rotundo fracaso.


Dos simples pasos para crear dinero


En la primera entrega de esta serie descubrimos que la plata no existe, que el dinero no es más que una ilusión en la cual un buen número de personas nos ponemos de acuerdo. Una vez que reconocemos esto, ya no parece tan descabellado afirmar que el dinero es relativamente fácil de crear. Sin embargo, es cierto que existen leyes que limitan la creatividad popular en este sentido. Es decir, no cualquiera puede imprimir billetes. Pero esto no impide de ningún modo que cualquiera de nosotros, siguiendo dos simples pasos al alcance de cualquier ama de casa aburrida, podamos generar dinero hasta hoy inexistente. La clave de este mágico truco financiero reside en dos muy frecuentes operaciones bancarias: el depósito y el préstamo.


Supongamos la siguiente situación: Después de trabajar duro en nuestro pequeño kiosco de barrio, y de mucho ajustar los bolsillos durante treinta días, por fin llegamos a fin de mes con un excedente de 10$ en nuestra billetera. Se trata de un incipiente ahorro que sabemos puede incrementarse con un poco de suerte y esforzada voluntad. Esto sería una buena noticia si tuviéramos lugar seguro donde guardar este dinero. Como no tenemos dónde mantener nuestros ahorros al amparo de manos ajenas, decidimos recurrir a un buen amigo (a quien podríamos llamar Banco) para que guarde y custodie nuestros billetes. Sabiendo que por el momento no necesitamos esta plata, mi buen amigo presta nuestros diez pesos a un señor a quien no conocemos. Quiere la casualidad que este señor pase por la puerta de nuestro pequeño kiosco de barrio y decida comprar no uno, sino diez piragüitas de chocolate. En consecuencia, este señor nos paga diez pesos, que son los mismos diez pesos que nuestro amigo le había prestado, que son a su vez los mismísimos diez pesos que nosotros mismos habíamos dejado en custodia de nuestro amigo.


Hasta aquí, nada parece estar fuera de lugar. Esto sucede, de hecho, todo el tiempo, gracias a los millones de depósitos y préstamos que se dan a cada instante en el mundo real. Ahora bien, consideremos las consecuencias de nuestro breve ejemplo. ¿Cuánto dinero tenemos? Desde nuestra perspectiva, somos poseedores de $20: $10 depositados más $10 por la venta de piragüitas. Sin embargo, ¿es posible decir que esos $20 son reales? Evidentemente, los $10 que depositamos parecían bien reales. Sin embargo, materialmente, son los mismos $10 con los cuales el señor de la historia pagó sus piragüitas. Es decir, 10 de los $20 en nuestro poder son virtuales, irreales, fantasmas creados de modo mágico gracias al ilusionismo del depósito y el préstamo. Hasta podríamos volver a depositar estos nuevos $10 y volver a recibirlos como parte de pago por otro montón de piragüitas. Y así hasta el infinito.


Podríamos decir que no hay mucho de real en el dinero que solemos intercambiar en la vida real. Esto que atormenta nuestra ingenua concepción del dinero como algo concreto tiene una consecuencia potencialmente catastrófica. A saber: si gran parte del dinero que manejamos no existe, esto significa que en realidad no tenemos gran parte del dinero que creemos tener. ¿Dónde está la catástrofe? Bueno, siempre y cuando los seres humanos no deseemos todo el dinero que creemos tener al mismo tiempo, es decir, siempre y cuando yo no vaya a reclamarle a mi amigo Banco mis $10 pesos, entonces todo marchará sobre rieles. Tampoco habrá problema si yo decido recuperar mis $10 y mi amigo Banco me da, a cambio, $10 que algún otro señor depositó. La catástrofe vendrá el día en que todo el mundo pida al mismo tiempo que le devuelvan sus depósitos. Por más buena voluntad que tenga mi amigo Banco, jamás podrá devolver un dinero que ya no existe.


En términos pedestres, esta catástrofe se denomina ‘corrida bancaria’. Imaginemos que alguien nos dijera que nuestro amigo Banco no es confiable y se nos ocurriera retirar todo nuestro dinero de golpe. Imaginemos ahora a miles de personas haciendo lo mismos al mismo tiempo. Bien, entonces la ilusión se pondría en evidencia. Descubriríamos de pronto que nuestros $20 nunca existieron. Siempre fueron diez.


En términos simplificados, esto es lo que ocurre cada tanto con el sistema de créditos y depósitos bancarios. Por eso el temor a las corridas bancarias, por eso los corralitos. Sin embargo, en nuestro afán desmitificador, lo importante sería ir un poco más allá de esta mera ilustración, para identificar cuál es elemento fundamental que sostiene y contiene a todo sistema financiero y que permite las más descabelladas muestras de ilusionismo de salón. Es decir, una vez que reconocemos la fragilidad de nuestro sistema financiero, ¿de qué depende que los seres humanos no salgan en manada a reclamar sus ahorros, provocando una descomunal debacle bancaria?


Pues bien, otra vez la palabra clave es la confianza. En este caso, lo que permite que la riqueza crezca de modo ficticio es la confianza en que el resto de la gente no desconfiará y no saldrá a pedir su dinero. O, lo que es lo mismo, la confianza en que los bancos podrán llevar a cabo su profética labor de prestidigitadores financieros.


Una vez más, como en nuestra entrega anterior, el sistema financiero parece sostenido por la fe. Es la fe lo que hace a los bancos viables, y con ellos al sistema de préstamos y depósitos gracias a los cuales se crea mágicamente más y más riqueza que permite a las clases media y alta (con acceso a crédito) obtener lujos y confort, pero que, a decir verdad, no existe.


Hasta aquí la lección de esta segunda entrega: el sistema bancario es una maquinaria aceitada, pero con tornillos flojos. Un leve sacudón, y todo puede irse al diablo.



Otras entregas


La plata no existe

Cómo se pincha una burbuja financiera

El sistema financiero es una religión


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

El artículo esta exelente. Ejemplifica, en cierto sentido, no solo lo que pasó en la Argentina del 2000 con el corralito financiero, sino también la especulación bursátil ocurrida allá por la decada de los 30 en los EEUU llamada 'Wall street market crash' que originó la tan conocida gran depresión de los 30. Los bancos prestaban dinero a especuladores financieros que compraban bonos en el mercado bursátil a 10 y los revendían a 100 en el lapso de una semana. Para los bancos y para estos señores, que a posteriori llevarían a la economía Norteamericana a un gran colapso, este modus operandi de: "dame y le presto al otro, que luego recuperamos el triple", consistía en una gran fiesta, en un gran jolgorio, a tal punto que los bancos no tenian de donde sacar para favorecer aquel furor de especulación financiera. Pero cierto día, la gente vió que el valor de sus bonos venía en declive, por lo que en masa, ya que no eran estupidos, decidieron retirar sus dineros por miedo a perderlo todo. Naturalmente, esa reacción popular fue la consecuencia del miedo aquedar despojado, a perderlo todo, por lo que fue, es y seguira siendo totalmente justificable tal reaccion masiva, ya que los bancos operaban ( y aun lo hacen) con el dinero de ésta gente entregándoseles un bono que representaba, un numero, una ilusión, mientras que el dinero constante y sonante lo disfrutaban otros amigotes de los bancos. A decir verdad, los bancos fueron y son en este sentido verdaderas maquinas hechas para crear la realidad de unos pocos y destruir, cuando quieren, la ilusion y la felicidad de millones, como paso con miles de infartados del Corralito financiero del 2000 en Argentina y que las estadísticas no publican. A modo de sintesis, la decisión de millones de confiar sus dineros a los bancos con fines especulativos produce la retraccion generalizada de la economia de un pais. En este sentido, uno como ahorrista puede ahorrar y comprar divisas extranjeras, digamos dolares, con el objeto de hacer una pequeña diferencia monetaria, y a su vez depositarla en los bancos, para que éstos trabajen con este dinero real, sin embargo ésto no hace mas que contraer la divisa nacional circulante que moviliza la economia, generando menos empleo, mas descreimiento, una situacion de paralisis economica insoportable y en las ocaciones mas extremas: lo que paso con el Corralito Argentino o con la Gran depresion de los 30. Saludos para todos.

Simud dijo...

Gracias por el comentario. Me parece una muy buena coda para el artículo, con lenguaje más específico y una clara contextualización histórica.

Franco Krí dijo...

Una vez más Simoud se nota un gran esfuerzo pedagógico. El artículo es claro y consistente. ATP (apto para todo público)
Recomiendo para seguir en el tema la película "El concursante" con Leonardo Sbaraglia (hablando en español horriblemente,pero bue...).