Quiso la casualidad que no me pudiera despegar del fetichismo. Sólo que esta vez, la palabra abandona el ámbito de la economía para pasar al de la sociología y la semiología. Es que todo este asunto de la importación trucha de autos para diplomáticos me dejó pensando en cómo nos relacionamos con los objetos. Los objetos en cuestión, en este caso, serían automóviles; automóviles con una particular característica: valen mucho, pero mucho dinero. Automóviles de lujo. Ahora bien, el lujo consiste en gastar dinero en cosas que no se necesitan. ¿Qué puede motivar a alguien a gastar mucha, mucha plata en objetos que no son realmente necesarios? El principal motivo –al menos en el caso del lujo- podría ser la autoestima: el afán de ser, o de pertenecer.
El lujo, en última instancia, es un halago a la estima, ya que nos hace sentir que somos más; o simplemente, que somos. No importa si somos o no somos más realmente, lo que importa es sentir que sí lo somos. ¿Y a través de qué elementos podemos alcanzar este sentimiento? Bueno, obviamente no a través de objetos comunes sino mágicos, objetos que tienen un valor especial, que con sólo poseerlos otorgan a las personas esta ansiada superioridad o pertenencia. Se trata de ‘mercancías fetiches’ (u 'objetos-signo' como diría Baudrillard), que han sido abstraídos de su función y participan en la construcción de la identidad de quienes los adquieren. La publicidad sabe mucho de esto, cuando nos hace sentir que determinados productos van asociados con ideales de prestigio, éxito o belleza. Pero quedémonos con el ejemplo del auto importado con franquicias diplomáticas: una camioneta Hummer, o un Porsche deportivo. Como cualquier amuleto u objeto de atribuciones mágicas, estos automóviles no valen por lo que son en realidad, sino por aquello en lo que nosotros creemos que nos convierte. Tener una pata de conejo pone a la suerte de nuestro lado, y una pirámide de resina fortalece nuestra salud, atrae paz, amor y dinero. Una Hummer, ¿en qué nos convierte?
Las camionetas Hummer están de moda en los núcleos adinerados del país. No cualquiera puede adquirir una camioneta que, usada, vale más de cien mil dólares. Poseerlas, en consecuencia, es una marca de pertenencia. ¿Es posible sentirse parte de esta élite con un Peugeot 605, o un Ford Fiesta? (Jamás osaré preguntarme si mi Citroën 3CV califica.)
Curiosamente, en el caso de las importaciones diplomáticas, fueron más las camionetas Hummer ingresadas al país y revendidas que los Porsche y los Lamborghini. Herederas de las camionetas militares norteamericanas (Humvee), las Hummer son las todoterreno de mayor tamaño y consumo de combustible (hasta el punto de que en algunos países no son consideradas automóviles, sino camiones). Lo que las distingue del común de las 4x4 es su mayor altura de chasis y su diseño específico para terrenos no preparados. Es posible preguntarse, entonces, ¿quién puede tener necesidad real de los beneficios de una camioneta Hummer, si no es para operaciones militares o exploración científica?
De aquí que lo que me interese del escándalo de las franquicias diplomáticas no sea tanto el revuelo judicial y mediático, sino su significación cultural. ¿Qué puede llevar a un Tinelli, a un Verón, que ni realizan prácticas militares ni expediciones científicas, a desear un auto semejante? ¿Es necesario tener una Hummer?
De todos los famosos involucrados en la compra de estas camionetas, quien pareció tener una excusa más ajustada a los requerimientos de un vehículo como éste parece haber sido el Chaqueño Palavecino, quien invirtió 112 mil de sus bien ganados dólares en una de estas bonitas y costosas camionetas usadas; según sus declaraciones, para abrirse camino en el monte chaqueño, donde posee una fundación. Por supuesto, antes de
Si no recuerdo mal, alguna vez leí un interesante artículo de Osvaldo Bayer (que debe andar por algún lado, entre tantos papeles) en que analizaba la obscenidad que representa tener más de lo que se necesita en un mundo en el que la mayor parte de la población no tiene siquiera las necesidades básicas satisfechas. Lo obsceno, lejos de su más típica connotación sexual, es aquello que nos repugna. Desde una mirada humanista, debería repugnarnos que algunos no sepan qué hacer con tanto dinero y lo inviertan en lujos innecesarios, cuando otros no pueden alimentarse, ni cuidar su salud, ni educarse, ni recrearse.
Pienso en
2 comentarios:
Hola. El comentario es muy interesante, focalizado desde una perspectiva psicologica. Me gustaria agregar con respecto a ésto otra mirada. En éstos últimos años de capitalismo, me atrevería a decir un tanto salvaje, la industria, en este caso la automotríz, ha cambiado radicalmente, ofreciendo un producto no fabricado a gran escala sino en número reducido y que apunta a un consumidor en especial, al que es solvente económicamente. En mejores palabras, en otras épocas, la de los 70 y 80, las empresas fabricaban coches en forma masiva que eran standard es decir sin demasiados lujos, y que estaban al alcance de las clases mas bajas y media-baja. Esa politica cambió, ahora se ofrece un producto mas estilizado, fino, con mas lujos, detalles, comfort, pero con la salvedad de que todo esto ya no esta ni en sueños al alcance de las mayorias. Obviamente, este producto apunta a un consumidor de clase media para arriba que puede costear holgadamente con los gastos. Esta politica tambien nos habla de una sociedad un tanto asimetrica donde se pueden comparar ciertos razgos: antes se veian renualt12, citroens, fiat europa,en definitiva, autos que eran fabricados a gran escala y que estaban al alcance de aquella mayoria que con algun trabajito podia pagarlo y cuando venia el verano podia disfrutarlo feliz con su familia. Ahora se ven autos o camionetas que son tan caros que obviamente no pueden ser fabricados a gran escala y estan hechos para un consumidor exclusivo. Esto quiza nos dice algo muy interesante del capitalismo de los últimos tiempos, la de un clasismo exacerbado y reproductor de un a sociedad cada vez mas escalonada en donde la felicidad de ir a veranear en un auto es cosa que ya para muchos, yo incluido, quedo en el pasado. Quiza, tanto el chaqueño como Tinelly nos estan mostrando que desde la perspectiva de ellos la felicidad todavia es posible en estos tiempos, y radica en que uno es feliz en la medida en que tenga unos 150 o 200 mil dolares para comprar un producto que la industria hoy por hoy no ofrece en forma masiva, pero en forma exclusiva, con otros estilos y diseños diversos. Saludos.
Anónimo, agradezco muchísimo tu comentario. Me parece muy pertinente. Aún cuando los 'modelos económicos' no hayan desaparecido del discurso empresarial publicitario, la medida de este 'económico' ya no puede calcularse siguiendo los parámetros de otros tiempos. Un modelo económico actual hoy es un lujo para un trabajador promedio, y como bien señalás, esto parece poner en evidencia una distribución de la riqueza cada vez más desigual.
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