Una anécdota curiosa que hoy vuelve a actualizarse podría dar cuenta de esto.
¿Con qué se elaboran las monedas argentinas? Con metales (cobre y níquel en su mayoría). Los metales tienen un valor. Ahora bien, en la práctica, nada impide que el valor del peso argentino llegue a depreciarse tanto que el metal con que se fabrican las monedas más económicas pase a valer más que las monedas mismas. En este caso, una moneda de cinco centavos, fundida, valdría más de cinco centavos. De modo que convendría más venderla como hierro viejo que usarla para adquirir mercancías.
Que una moneda valga más de lo que vale es algo que parece ir contra toda lógica, pero que sin embargo ya ocurrió otras veces y hay quienes sugieren podría ser una de las causas del faltante de cambio metálico en el país (ver aquí y aquí). Hoy mismo, por ejemplo, una moneda de cinco centavos vale, en realidad, ocho.
A falta de cambio chico, lo que con seguridad se está dando es otro fenómeno aún más curioso -y no menos retorcido-. Lo que hoy vemos es que las monedas pasan a valer más que los billetes. No por su valor en metales, sino por un capricho de la oferta y la demanda. Es decir, hay pocas monedas en circulación y muchos interesados en conseguirlas. De modo que hoy, acá mismo, hay gente que se hace unos pesitos –valga la redundancia- vendiendo pesos. Un mercado negro de monedas.
Esto da pie a algunas raras paradojas. En primer lugar, en este contexto, cien pesos en billetes no equivalen a cien pesos en monedas. Los comerciantes, que son quienes más apremiados se encuentran para conseguir cambio metálico, declaran que hay quienes les ofrecen las monedas por hasta un diez por ciento de su valor. Por cada cien pesos, se pagan diez. Los bancos, por su parte, no largan lo que tienen sino con cuentagotas, y sólo a los clientes. Mientras tanto, quienes viajamos en colectivo nos las arreglamos como podemos para conseguir -desde enero- todavía más monedas de las que necesitábamos en diciembre.
Y esta anomalía trae aparejada aún otras paradojas no menos interesantes. Antes, por ejemplo, poco podía uno rehusarse al pedido amable del almacenero si al pagar con diez pesos nos preguntaba si no teníamos dos moneditas de diez para facilitarle el vuelto. Ahora, que las monedas valen más que los billetes, entregar generosamente cambio chico sobrepasa la mera civilidad y se asemeja más a una muestra del más puro altruismo. Lo mismo, si antes el kiosquero reemplazaba los cinco centavitos de vuelto por un caramelo Media Hora y nosotros lo aceptábamos sin mosquearnos, ahora, que los cinco centavos ya no valen cinco centavos, lo justo, por los menos, sería que nos tiraran un chicle Bazooka.
Pero lo cierto es que del chicle Bazooka al fetichismo de Marx hay un solo paso. Por un momento, todas estas anécdotas nos permiten reconocer que el dinero no es esa materia abstracta y superior que todos parecemos haber internalizado, sino que el dinero es papel y metales, y que el valor que le damos lejos está de ser su valor natural. Billetes y monedas no valen nada, o pueden valer cualquier cosa, si un buen número de gente se pone de acuerdo en ello.
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